domingo, 29 de mayo de 2016

Evangelio diario: domingo, 29 de mayo de 2016.

Día litúrgico: Solemnidad del Cuerpo y de la Sangre de Cristo (C). (Segundo domingo después de Pentecostés).

Texto del Evangelio (Lc 9,11b-17): En aquel tiempo, Jesús les hablaba acerca del Reino de Dios, y
curaba a los que tenían necesidad de ser curados. Pero el día había comenzado a declinar, y
acercándose los Doce, le dijeron: «Despide a la gente para que vayan a los pueblos y aldeas 
del contorno y busquen alojamiento y comida, porque aquí estamos en un lugar deshabitado». Él 
les dijo: «Dadles vosotros de comer». Pero ellos respondieron: «No tenemos más que cinco panes 

y dos peces; a no ser que vayamos nosotros a comprar alimentos para toda esta gente».



Pues había como cinco mil hombres. Él dijo a sus discípulos: «Haced que se acomoden por grupos
de unos cincuenta». Hicieron acomodarse a todos. Tomó entonces los cinco panes y los dos peces,
y levantando los ojos al cielo, pronunció sobre ellos la bendición y los partió, y los iba dando a los
discípulos para que los fueran sirviendo a la gente. Comieron todos hasta saciarse. Se recogieron
los trozos que les habían sobrado: doce canastos.
Comentario: Rvdo. D. Manuel COCIÑA Abella (Madrid, España)
«Dadles vosotros de comer»
Hoy es el día más grande para el corazón de un cristiano, porque la Iglesia, después de festejar el 
Jueves Santo la institución de la Eucaristía, busca ahora la exaltación de este augusto Sacramento, 
tratando de que todos lo adoremos ilimitadamente. «Quantum potes, tantum aude...», «atrévete 
todo lo que puedas»: ésta es la invitación que nos hace santo Tomás de Aquino en un maravilloso 
himno de alabanza a la Eucaristía. Y esta invitación resume admirablemente cuáles tienen 
que ser los sentimientos de nuestro corazón ante la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía. 
Todo lo que podamos hacer es poco para intentar corresponder a una entrega tan humilde, tan 
escondida, tan impresionante. El Creador de cielos y tierra se esconde en las especies 
sacramentales y se nos ofrece como alimento de nuestras almas. Es el pan de los ángeles y el alimento 
de los que estamos en camino. Y es un pan que se nos da en abundancia, como se distribuyó sin 
tasa el pan milagrosamente multiplicado por Jesús para evitar el desfallecimiento de los que 
le seguían: «Comieron todos hasta saciarse. Se recogieron los trozos que les habían sobrado: doce 
canastos» (Lc 9,17).

Ante esa sobreabundancia de amor, debería ser imposible una respuesta remisa. Una mirada de fe, 
atenta y profunda, a este divino Sacramento, deja paso necesariamente a una oración agradecida 
y a un encendimiento del corazón. San Josemaría solía hacerse eco en su predicación de las 
palabras que un anciano y piadoso prelado dirigía a sus sacerdotes: «Tratádmelo bien». 

Un rápido examen de conciencia nos ayudará a advertir qué debemos hacer para tratar con más 
delicadeza a Jesús Sacramentado: la limpieza de nuestra alma —siempre debe estar en gracia para 
recibirle—, la corrección en el modo de vestir —como señal exterior de amor y reverencia—, la 
frecuencia con la que nos acercamos a recibirlo, las veces que vamos a visitarlo en el Sagrario... 
Deberían ser incontables los detalles con el Señor en la Eucaristía. Luchemos por recibir y por 
tratar a Jesús Sacramentado con la pureza, humildad y devoción de su Santísima Madre, con el 
espíritu y fervor de los santos.